La Fórmula Uno puede ser un mundo de apellidos y reputaciones en el área técnica. La ingeniería enmarcada en una tecnología de última generación demencialmente costosa, es ejercida por un puñado de lumbreras creativas que van ganando prestigio en la medida que sus decisiones se convierten en velocidad y victorias.
En el caso de Williams Racing, los monoplazas hechos en su ya antigua pero bien concebida y actualizada factoria de Frome, tienen fama de ser distintos: Refinados, tremendamente efectivos en su chásis lo que los hace fáciles de conducir. Sus campeones siempre lo reflejaron como tal.
Por supuesto, no basta con ello. El gran problema para una empresa familiar como la que creó Sir Frank es la auto sustentación y la equiparación con los grandes constructores o grandes emporios de la Fórmula Uno moderna, llámense Ferrari, Mercedes, Renault o Red Bull. Sus capitales generan recursos que aplastan los sueños mas fervientes de figuración. El perfeccionismo de la escuadra inglesa en los 90 quedó allí, detenido en el tiempo y las alianzas en la década del 2000 con BMW no generaron los resultados esperados mas allá de luminosos momentos de éxito pero incomparables a los lauros de las décadas previas.
Pilotos de dudosa reputación amparados por fuerte patrocinio y numerosos propulsores básicamente contratados por convenios y precios accesibles han derivado en un equipo con altas y bajas importantes y una condenatoria presencia en la zona media o en el fondo del pelotón. Sí, cual ave fénix, Williams tuvo entre 2014 y 2016 un resurgir notable solo que los cambios han seguido afectando la dinámica del equipo y las finanzas siguen siendo un punto de inflexión entre el debatir del tiempo pasado y los nuevos esfuerzos que requieren los desafíos actuales.
En el punto «fuerte» del conjunto inglés encontramos a su ya comentada base técnica, la estable relación con un constructor de primera línea y la incorporación de Paddy Lowe como director técnico junto a Dirk De Beer en la dirección de aerodinámica del equipo. Son gente grande, que han formado parte del éxito de monstruos como Mercedes y Ferrari y que encuentran acá posiblemente un poco de olor a nostalgia y libertad pero que carecen de otras cosas como por ejemplo, un buen presupuesto y una plantilla de nóveles brillantes a su disposición. Y allí radica el asunto de fondo.
Claire, la hija de Sir Frank ha probado no haber llegado a la herencia de dirección a innovar o romper paradigmas sino mas bien, a seguir las líneas del genial pero ya desgastado Frank. Los conceptos comerciales de los tiempos pasados dan vueltas en sus decisiones. La prueba es el plantel de pilotos, dos jóvenes talentosos con buen currículo pero salpicados del estigma sangre azul del patrocinio y del aporte a la columna financiera del equipo. Por cierto ahora en su rol de recién estrenada madre, Claire detrás de su expresión contundente quiere convencer de que Stroll y ahora Sirotkin realmente son la mejor elección cuando hasta hace nada la preferencia era al menos «Un volante experimentado» como Massa o Button.
El FW41 desde su primera luz al público luce atrevido en pequeños detalles, refinado y no continuista aunque tampoco radical. El monoplaza 2017 palideció entre cambios sin rumbo y carencia de recursos. Lo duro, es que lo hizo ante la estructura honesta, eficiente y capáz de Force India que usa su mismo motor.
Será interesante entonces conocer como la sangre joven que comanda a Williams puede poner una diferencia en alguna milésima de segundo a favor del monoplaza que promete regresar al conjunto inglés al pináculo. Pero no de las victorias ni campeonatos sino de ocasionales chispazos de figuración y de lucha en la promisora zona media de 2018.